Querida Praga,
No sé muy bien qué pretendo con esta carta ni qué voy a decirte. Solo espero poder expresar lo que sentí cuando por fin te conocí. Digo por fin porque ya son muchos años los que te llevo recorriendo a través de fotografías. Mucho tiempo el que llevo soñando con visitarte, con pasearte, con sentirme parte de una de las ciudades más bellas del viejo continente. Y así, casi sin darme cuenta, llegó el día. El día en que iba a conocer a una de las grandes damas de Europa.
Paseando por Praga
Nos encontramos de noche, a orillas del río Vltaba y a pocos metros del famoso puente de Carlos, ¿recuerdas? Allí estabas tú: una mujer elegante, delicada, fuerte, confiada, vestida de noche y con una iluminación tenue que te hacía aún más hermosa de lo que yo había imaginado. Te miré descaradamente, te fotografíe sin permiso y te tuteé sin tan siquiera haberme presentado. Aún no podía creer que estuviera allí contigo.
Paseamos juntas por la calle Pařížská, y me dejé envolver por sus majestuosos edificios y sus escaparates de lujo. Me mirabas divertida: sabías que me gustabas y eso te llenaba de orgullo.
Llegamos a la plaza de la Ciudad Vieja y nos sentamos en el suelo para escuchar a un tipo versionando canciones de Mumford & Sons y Lumineers. El semicírculo que le rodeaba cada vez era más grande y los aplausos más sonoros. Me insististe en que debía seguir conociéndote, pero yo no me quería ir. Me consentiste una canción más y me empujaste escaleras arriba para contemplarte desde la Torre del Reloj. Era la primera vez que te miraba a los ojos, que nos hablamos de tú a tú. Me gustó. Me gustó mucho.
No había visto nada más, pero ya sabía que esa plaza sería mi lugar favorito de Praga. Vista desde arriba o desde abajo, de noche o de día, me daba igual, era un lugar al que quería volver todos los días que estuviera contigo.
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A orillas del Vltaba
Más tarde me retaste a cruzar el puente de Carlos y aunque me pareció un verdadero suplicio te hice caso y lo atravesé a paso rápido. Demasiada gente, ¡qué agobio! Querida Praga, no sé cómo lo aguantas sin perder la sonrisa. Bueno, sí lo sé, porque la coquetería te pierde y te encanta que te recorramos una y mil veces; que te miremos embelesados con el deseo de volver a verte.
Me dejaste subir sola al castillo, ¡y no me extraña con semejante cuesta! Pero no me importó. Subí los 297 escalones de la torre para volver a enfrentarme a ti, y me encantó. Tus tejados rojizos, las cúpulas verdes de las iglesias, las callejuelas empedradas… Da gusto mirarte querida Praga. Me hubiera quedado ahí, embobada, escudriñándote, si no fuera porque me animaste a bajar para sentarnos juntas a orillas del Vltaba; con la Ciudad Vieja al fondo y respaldadas por castillo. “El puente de Carlos es espectacular, pero es una pena que esté tan lleno de gente”, comenté con impertinencia. Entonces me reprendiste. “¿Y cuándo quieres estar sola?”, te pregunté con curiosidad. Me sonreíste y perdiste tu mirada en la lejanía.
Volvimos a cruzar el río, y esta vez me recreé en el puente. Paré, observé, fotografié y me enfadé con la gente. Me enfadé mucho, pero entonces me frenaste y me volviste a hacer mirar a través del visor. Veía gente, mucha gente. Personas entusiasmadas por estar allí y recorrerte como yo. Pero yo solo veía gente pesada que empujaba y no respetaba que estuvieras haciendo una foto. Me miraste con pesar y suspiraste. Lo reconozco, tengo amor-odio por un lugar por el que solo quiero sentir amor.
La promesa de Visehrad
Me metiste en un tranvía, casi a empujones, desesperada. Lo siento Praga, me encanta estar contigo pero no me gustan las aglomeraciones. A medida que nos alejábamos del centro te fuiste relajando y recuperando la sonrisa. No tenía ni idea de a dónde me llevabas, pero me fiaba de ti.
Llegamos a la ciudadela de Visehrad, donde dicen que naciste. Me sacaste a empujones del ruidoso centro y me alejaste para que pudiera seguir disfrutándote. Me llevaste al lugar donde te refugias cuando estás harta de ser fotografiada y pisoteada por rudos e insensibles turistas. Donde puedes ser tú misma y rodar por los jardines, subirte a los muretes, brindar con copas de plástico, jugar a extraños juegos checos y contemplar cómo se pone el sol sobre tu espalda. Amiga mía, apenas dos días juntas y ya me conocías como nadie.
Allí, en tu ciudadela, fuiste cómplice de una promesa. Así que querida Praga, cuando vuelva a visitarte, acuérdate de devolverme a Visehrad.
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6 Comments
Nazaret
9 octubre, 2014 at 17:24Pronto haré un viaje por Europa y no me pienso perder la República Checa, son tantas cosas las que me han dicho que tengo que ver y disfrutar que a ver cómo lo hago… jajaja Por cierto, me encanta el formato carta!
Marta Aguilera
9 octubre, 2014 at 17:32Es una ciudad increíble! Parada obligatoria en cualquier ruta por Europa 😉
Alícia Bea
9 octubre, 2014 at 15:02Precioso relato de una ciudad que deseo conocer desde hace muchísimo tiempo, Marta. ¡Enhorabuena!
Marta Aguilera
9 octubre, 2014 at 17:31Muchas gracias Ali 🙂 Praga te está esperando con los brazos abiertos!!
Kike (@EnriqCruz)
8 octubre, 2014 at 22:57Hermosa Praga, y hermosa carta… como a una vieja amiga. Tengo que conocer esta ciudad
Marta Aguilera
9 octubre, 2014 at 17:31Muchas ggracias Kike. Sí, es una visita obligatoria!! 🙂