Llegué a Ciudad de México con unas ganas locas de exprimirla al máximo. Sabía que tendría que tomarle el pulso a una ciudad de más de 20 millones de habitantes yo solita, pero eso solo incrementaba la excitación y el nerviosismo. Bueno, sola lo que se dice sola no iba a estar. Me alojaba en casa de Bruno y sus padres. Y además tenía varios amigos que me acogieron y trataron como a una más de la familia.
La mamá de Bruno solo me dio un consejo antes de salir de casa: “ten cuidado y no te fíes de nadie o te llevarás un disgusto”. Asentí, sonreí y pensé, “qué exagerada“. Ciudad de México me esperaba y yo estaba dispuesta a recorrerla de punta a punta. ¡No quería perderme nada!
Sola en Ciudad de México
Mi primera parada en esta mastodóntica urbe fue la catedral. A la salida de la visita le pedí a un policía que me indicara cómo ir a la Torre Latinoamericana. No solo me ayudó, sino que se ofreció a hacerme una visita guiada por Teotihuacán. Me dio su tarjeta y me aclaró que podíamos ser como máximo 4 personas en la excursión. Le di las gracias y me fui hacia mi siguiente destino. “Mira qué simpático el ‘poli’ que en su tiempo libre se saca un sobresueldo haciendo visitas guiadas”, pensé confiada.
Empezaba a atardecer y me quedaba por ver la plaza Garibaldi. Es un lugar muy famoso y pintoresco por la cantidad de mariachis que allí se reúnen (y donde no recomiendan ir solo cuando empieza a oscurecer, pero de esto me enteré más tarde). No sé muy bien por dónde me metí, pero dejé de caminar por la abarrotada calle por la que iba y me adentré en unas bien feas y casi vacías. Y yo, que soy una temeraria (inconsciente que diría mi madre), decidí sacar la cámara para tirar unas cuantas fotos. Porque, ¿para qué iba a darme la vuelta y seguir por la calle por dónde sí había gente…? ¡¿Para qué?!
Susto en los aledaños de Garibaldi
Poco a poco empezó a asomarse por las ventanas gente de aspecto poco amigable, mientras otros lo hacían por las puertas de las casas. Yo, que ya me estaba poniendo nerviosa, lo único que hacía era agarrar la cámara con fuerza y acelerar el paso. Si me mostraba segura, no pasaría nada. Así que me relajé. Aminoré el paso y me di cuenta de que realmente esa gente pasaba bastante de mí. “No seas paranoica Martita”, me recriminé.
Seguí caminando y vi algo de movimiento en el coche que estaba aparcado por donde yo pasaba. Después oí un golpe y retrocedí unos pasos para ver qué había sido. Me agaché a la altura de la ventanilla y me quedé pálida. Se me escapó un gritito ahogado cuando vi que dentro del coche había un hombre sentado en el asiento del copiloto apuntando con una pistola al que estaba en el asiento del conductor. Cinco segundos tardaron mis piernas en responder a la orden de “sal pitando y no mires atrás“. Fueron 5.000 largos milisegundos en los que el hombre dejó de mirar a su agresor para fijarse en mí. Clavó su mirada en la mía y yo eché a correr.
Llegué jadeando a la dichosa plaza Garibaldi. Me senté y me eché a llorar de puro nervio que tenía encima. No había hecho nada por ese hombre, pero es que no sabía qué hacer. Yo solo quería salir de allí. No sabía el nombre de la calle, ni me fijé en la matrícula del coche, ni en el modelo… Me sentí muy inútil y decidí que era hora de regresar a casa.
Odisea en el transporte de Ciudad de México
Opté por caminar para despejar mi mente. Llegué hasta la Zona Rosa y cogí el metro. Me topé con un vagón abarrotado de hombres. Me sorprendió muchísimo no ver a ninguna mujer y mi cara debía ser un poema. Un amable señor se acercó a mí para decirme que estaba en la zona de los hombres, que si quería podía ir más cómoda en la de las mujeres. Miré a mi alrededor y efectivamente el andén estaba dividido en dos partes: una para los hombres y otra para mujeres y niños.
Cuando vi los empujones que se estaban propinando hombres serios y trajeados para hacerse un hueco en el vagón, comprendí que tanta agresividad varonil era too much para mí en esos momentos. Crucé la delgada línea que separaba ambos bandos, y me di cuenta de que los empujones entre las mujeres no eran menos agresivos.
Ya eran las 21.30h y el tren en el que pude entrar (a base de empujones y después de dejar pasar 2 o 3) no se movía. “Mierda, con lo que me ha costado llegar hasta aquí y ahora resulta que está averiado”, pensé. Empecé a preocuparme porque no había avisado a la familia de Bruno de que llegaría tarde, así que comenté con una chica la situación y se ofreció a enseñarme una ruta alternativa para llegar a casa.
Nos costó mucho salir de ese vagón atestado de mujeres, pero lo conseguimos. Callejeamos durante mucho rato y le pregunté por la posibilidad de coger un taxi (ya me habían advertido que pueden darte algún susto) y me aconsejó no parar a ninguno en la calle. Lo más seguro es llamar a radio taxi. Acabamos cogiendo varios camiones (autobuses) y volvimos al metro.
La suerte del inocente
Por fin llegué a casa. Serían las 22.30h o las 23h y justo al doblar la esquina de la calle me topé con el papá de Bruno que salía a buscarme. “¡Pero dónde estabas? Nos tenías muy preocupados y Lupita (la mamá) está muy nerviosa”, me dijo. De pie, en la puerta de casa, estaba Lupita esperándome. En cuanto me vio aparecer cambió la cara de preocupación por una expresión de alivio y me abrazó.
Me sentó en la cocina, me hizo unas quesadillas de jamón y queso y les conté todo lo que me había pasado. Me agarró la barbilla y me dijo: “La suerte del inocente”.
Para los mexicanos la policía no es sinónimo de seguridad, sino más bien de corrupción. Por eso Lupita me quitó la idea de la cabeza de hacer la excursión a Teotihuacán con el policía. Rompió la tarjeta en dos y la tiró a la basura. Para mi cabecita europea era inconcebible sentirse inseguro al lado de un policía. Días más tarde, dos amigas de allí me aconsejaron: “si vas por una calle llena de policías, ¡huye!”.
El resto de las semanas que estuve en México DF transcurrieron con absoluta normalidad. Disfruté de la ciudad, de mis amigos y acabé enamorada de este país. Me volví cauta, o eso creo, y mi curiosidad quedó más que escarmentada.
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19 Comments
@LaMochiladeMama: “Viajar me ha abierto la mente. Me ha enseñado a compartir, a convivir y a respetar” |
4 octubre, 2015 at 20:35[…] con una pistola dentro de un coche. Pasé un rato malísimo. Lo cuento todo en un artículo en mi blog, porque todo lo que me sucedió ese día fue de traca, la […]
Rosa ( La sed del viajero)
25 junio, 2013 at 6:59Mi mayor temor de viajar a DF es descuidarme y que mi querida cámara pase a ser de otro, lo de ver apuntando a alguien con una pistola a la cabeza es lo de menos, hombre dónde va parar!!! =s….jejeje.
Muy buena historia y muy bien contada!!
Marta Aguilera
25 junio, 2013 at 9:45Quedé escarmentada y hasta un poco traumatizada porque evito mirar hacia el interior de los coches por si las moscas 😛
Me alegro que te haya gustado la historia!!
Un saludo
alejandra castro (@alejama66)
11 diciembre, 2012 at 1:12muy bien contado, me atrapo la historia, gracias por compartirlo
Marta Aguilera
11 diciembre, 2012 at 12:14Gracias a ti Alejandra por pasarte por el blog! 😉
Sonia - La Zapatilla
19 junio, 2012 at 17:10Madre mía Marta… he empezado a leer tu anecdota esperando encontarme con una anécdota divertida pero si a mi me llega a pasar lo que a ti te pasó en ese callejón, creo que todavía hoy seguiría corriendo! 😉
Un abrazo,
Sonia.
Marta Aguilera
23 junio, 2012 at 9:22Ahora siempre voy con mil ojos y no soy tan confiada 😉 La experiencia… 😛
No sé porqué tus comentarios me llegan al spam :__(
Un abrazo
missmadaboutravel
17 junio, 2012 at 15:28Marta, menudo relato! Afortunadamente cuando estuvimos en el DF íbamos con la novia de mi primo (mexicana de pura cepa) que no se separó de nosotros en ningún momento… Es más, olvidamos una mochila en una trajinera y aunque volvimos a buscarla con pocas esperanzas… nos la habían guardado!
El punto negativo va para los organizadores de la Lucha Libre… por confiscarme la cámara y no dejarme inmortalizar el momento 😉
Marta Aguilera
18 junio, 2012 at 9:33Qué suerte que recuperaras la mochila!! Yo tb paseé en una trajinera en Xoximilco 🙂
Siempre es una suerte pasear por las ciudades con alguien de allí, no por la seguridad, sino por los lugares que te puede enseñar!!!
Un abrazo!!! 🙂
vero4travel
13 junio, 2012 at 10:03Madremia, menudo día pasastes, menos mal que tuvistes suerte!. A veces me planteo viajar sola, porque no lo he probado nunca, pero no se si estoy preparada para ello, después de leer tu anecdotario. Supongo que dependerá de la ciudad a elegir.
Marta Aguilera
13 junio, 2012 at 10:16Vero, es increíble! Te invita a conocer gente, a ser más abierto, a tener una mirada más amplia y a conocerte más a ti misma.
Te lo recomiendo 100%.
Ojo, que también me encanta viajar acompañada, jajaja.
Un abrazo! =)
Nacho
12 junio, 2012 at 19:18A ver si tenemos más cuidado eh! En realidad tuviste suerte de que el tipo ya tuviera un rehén! Muy bueno Un par de historias más como estas y me da a mi que la señora de la mochila va a hacer desaparecer tu pasaporte…. :S
Marta Aguilera
12 junio, 2012 at 21:00Jajaja!! Tienes ganas de que vaya a verte a China y vivir aventuras ehhhh, jajaja!! 😉
centimetros
12 junio, 2012 at 16:36Buenísimo Marta!!!!!!!!!!! Grande
Marta Aguilera
12 junio, 2012 at 16:41Tú sí que eres grande! 🙂 Gracias!!!
Gildo Kaldorana
12 junio, 2012 at 14:51No he estado nunca en Mexico DF. y supongo que en una ciudad tremenda como esa tiene que haber de todo.
Una buena anecdota para contar a tus nietos, que te pasó 😉
Saludos
Marta Aguilera
12 junio, 2012 at 16:41Hay que ir con mil ojos, pero como en todos los sitios la verdad.
Muchas veces aprendes a no ser tan confiado a base de “anécdotas”, jajaja. Y mientras todo quede en eso… estaré encantada de contarles muchas a mis nietos 😉
Gracias por pasarte por el blog!! 🙂
Varsovializate
12 junio, 2012 at 12:51Madre mia…me pasa a mi eso y no se si mis piernas hubiesen respondido para correr. Que susto!
Marta Aguilera
12 junio, 2012 at 13:37Desde entonces el “corre y no mires atrás” se ha convertido en uno de mis principios más sólidos!! Jajaja. No he pasado más miedo en toda mi vida!