Cualquier viaje que se precie carga a sus espaldas buenas anécdotas. Aventurillas que, con mayor o menor precisión, seguiremos contando hasta que nos aburramos de oírlas. Una de mis historietas más sonadas fue en Nueva York. La ciudad que nunca duerme hizo que tardara muchos años en querer volver a pisar suelo americano. ¿Quieres saber por qué?
Todo comenzó el día que volvía a Madrid. Había pasado 15 días entre Nueva York y San Francisco y estaba completamente exhausta. Mi vuelo salía del aeropuerto de La Guardia con escala en Philadelphia. Cogí un taxi y allí me planté tres horas antes de la salida de mi avión.
Sobrepeso en el aeropuerto de Nueva York
El primero de los disgustos me lo llevé a la hora de facturar: sobrepeso. Exactamente unos 3 o 4 kg más o menos. “Vaya, y ahora ¿qué hago?”, pensé nerviosa. No llevaba ni un dólar y mi tarjeta no me daba un duro desde hacía varios días. Así que hice lo que haríamos todos: rehacer la maleta.
Lo primero fue sacar unas zapatillas y meterlas como pude en la mochila que llevaba como equipaje de mano. Volví a pesar la maleta y nada. Tenía que seguir sacando cosas y mi mochila ya no cerraba. Recordé que llevaba una bolsa de tela, ¡bingo! Pero con los nervios de “en esta me la juego. Como no cuele tendré que dejar algo en tierra”, no fui consciente de que lo que había metido en esa bolsa de tela era la de la ropa interior sucia (sí, es un dato importante para la historia).
Finalmente me dejaron facturar la maleta, pero cuando llegué al control de seguridad no me dejaban pasar con dos equipajes de mano (recordemos: la mochila y la bolsa de tela). “Whaaaat?!? y ¿qué hago yo ahora?”, pensé. Me dijeron que metiera la bolsa dentro de la mochila. “Qué listillos estos yankees… (¡?)”. Así que en un alarde de soberbia puse la bolsa encima de la mochila y pasé como si nada. Sí amigos, si hacía una montaña podía pasar con cuantas bolsas y mochilas quisiera.
Después de jugar a las construcciones con mi equipaje de mano, me senté frente a mi puerta de embarque a leer un libro. La sala estaba llena de españoles y de repente empezaron a desfilar por puertas de embarque diferentes a la mía. Comprobé mi tarjeta varias veces e incluso me atreví a preguntarle al azafato de mi puerta si había habido algún cambio o algo. “No se preocupe señorita, se han repartido en varios vuelos a Philadelphia“ o algo así me dijo. Me quedé más tranquila y volví a mi asiento a seguir con mi lectura. De repente la sala se llenó de yuppies y se armó un gran barullo. Empezaron todos a embarcar por mi puerta, que según la pantalla era un vuelo rumbo a Chicago. Así que seguí leyendo.
‘Overbooking’ en Nueva York
Llevábamos ya un poco de retraso y yo empezaba a impacientarme por si perdía mi conexión a Madrid, así que volví a preguntarle al amable azafato. “Su vuelo está embarcando”, me dijo. “Estupendo, tenga mi tarjeta de embarque”, le contesté. “Pero hay un problema señorita, es un vuelo de 20 plazas y usted es la pasajera 21″. Y se quedó más ancho que largo. “Pero si ya he facturado, llevo ahí sentada más de una hora, te he venido a preguntar, en la pantalla pone que está embarcando un vuelo a Chicago, voy a perder mi conexión con Madrid…”, le empecé a decir atropelladamente.
Su única solución era preguntar a los pasajeros que ya habían embarcado si alguno me cedía su asiento para que yo no perdiera mi conexión. La respuesta de los pasajeros fue un rotundo (y para nada sorprendente) NO. ¡Obvio! Visto lo visto, ¡aquí el que no corre vuela! Da igual que hayas facturado y tengas tu tarjeta de embarque en la mano, si hay overbooking te lo dicen cerrándote la puerta del avión en las narices.
Soluciones al ‘overbooking’
El amable azafato me dijo que no me preocupara, que el siguiente avión destino Philadelphia salía a las 17.30h. “Ah, pues fenomenal, pero es que mi conexión con Madrid es a las 18.15h. ¿No se da cuenta de que es materialmente imposible que en 45 minutos volemos de Nueva York a Philadelphia y recorra miles de pasillos para llegar a tiempo a mi vuelo?”. Y encima con su política de “tonto el último”, posiblemente ¡no tenga ni sitio en el avión! El azafato me contestó que no me preocupara, que si no llegaba a la conexión, la compañía se hacía cargo de los costes de mi noche en Philadelphia y así podía coger el avión del día siguiente. “Está bien, pero ¿quedan plazas en ese vuelo?”. “No”, me contestó el simpático yankee. “Whaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaat?!?!?!”, y este creo que se oyó por todo el aeropuerto.
Como veía que en inglés no nos estábamos entendiendo, le pedí que viniera alguien que hablara castellano. Apareció una chica puertorriqueña que me dio la solución perfecta: un vuelo directo desde el JFK con otra compañía y sin gasto adicional. Así sí. Eso era una solución y no lo que me ofrecía su compañero. “¿Y mi maleta? ¿Qué pasa con ella?”, le pregunté. Recordemos que voló sin mí desde Nueva York hacia Philadelphia y en EEUU tienes que recoger tu equipaje y volverlo a facturar cuando haces una conexión. “No te preocupes, doy aviso y alguien de la compañía se hará cargo de ella para que haga la conexión”, me consoló. “Vaya, que posiblemente no vuelva a verla, ¿verdad?”, le pregunté. “Hombre… posiblemente se pierda, sí”, me dijo. Mira que me gusta la sinceridad, pero en un caso así miénteme, dame una falsa esperanza o algo, ¿no?
De La Guardia al JFK
Un coche negro con los cristales tintados vino a recogerme para llevarme al JFK. En la “intimidad” del vehículo me vine abajo y toda la rabia, frustración e impotencia se transformaron en una llamada de teléfono a mi padre en la que le lloriqueé mientras le contaba mi “drama” y lo muy Paco Martínez Soria que me estaba sintiendo. “Tranquila hija, overbooking nos lo han hecho a todos alguna vez”, me ¿tranquilizó? Mal de muchos consuelo de tontos o eso dicen, ¿no?
Llegué al JFK y aún me quedaban como 4h hasta que saliera mi vuelo. Por cierto, mi estado era lamentable. Recordemos: una mochila abierta con unas zapatillas que medio asomaban, la bolsa de tela con toda mi ropa interior sucia, una camiseta blanca malucha que de los nervios me la había estirado tanto que la había dado de sí, unos vaqueros y unas ojeras hasta el suelo porque el día anterior había dormido en el aeropuerto de San Francisco. También llevaba una chaqueta pero fue un daño colateral del overbooking, es decir, me la dejé olvidada en la sala de embarque. Así que imaginaos el percal y las ganas que tenía yo de regresar a mi hogar dulde hogar para darme una ducha y dormir 24h seguidas.
El control del aeropuerto
El final de mi aventura yankee estaba cerca o eso creía yo. Tenía que volver a pasar el control de seguridad, así que empecé a armar mi Lego particular, es decir, poner la bolsa de tela encima de la mochila. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que yo debía ser la pasajera un millón o algo parecido. Sino, no me explico que me separaran del resto de pasajeros, me metieran como en una urna de cristal y me rociaran con un spray (vaya, que me fumigaron). La salida de la urna no fue mucho mejor: una corpulenta mujer me cacheó como si de la mismísima hija de Bin Laden me tratara. Bueno sí, mi pinta de homeless podía tener algo que ver pero ¡tampoco era para tanto! Señores de seguridad, ¿era necesario rociarme con ese spray?
Pero aquí no acaba la cosa. No debía ser suficiente hacerme pasar esa vergüenza delante de tanta gente que no paraba de comentar, señalar y hasta algún “Ay mira pobre, ¿para que le harán eso?” escuché. Repito, no contentos con eso, atacaron mi equipaje de mano. “¡Nooooo!”, pensé. “Mi ropa interior sucia… mira que ya podía haber metido las camisetas u otra cosa”, me reproché. La misma corpulenta mujer que me había cacheado se puso unos guantes (como sabías que no te iba a gustar tocar mis calcetines sucios, eh pillina) y sacó TODO lo que había en la mochila y en la bolsa de tela. “¿Dónde está la cámara oculta? ¿Es porque no dejé propina en aquella cafetería del Soho? ¿Me estáis castigando por eso? Malditos rencorosos”.
Una vez reordené mi equipaje de mano y recogí mi dignidad del suelo, mi humillación y yo nos dirigimos a la puerta de embarque. Allí sí que me sentí una auténtica celebrity: la gran mayoría de la gente había presenciado la escena en el control de seguridad y me miraban, cuchicheaban e incluso alguno me sacó una foto (no, mentira, pero ¡es lo que me faltaba ya!). Me senté sola con mi humillación en las rodillas y decidí seguir leyendo el libro que traía. “¡No! Mierda, otro daño colateral. Me lo dejé con la chaqueta en el otro aeropuerto. Si es que todo me pasa a mí” (había que explotar el drama).
A nuestro lado (recordad que mi humillación y yo ya éramos uña y carne) se nos sentó el típico graciosete metomentodo que me regaló la siguiente frase mientras se reía: “Anda, que ya podías haber facturado algo, ¿no?”. Y ahí ya se desató la fiera que había en mí. “¡Facturar me dices! Si tú supieras de dónde vengo y lo que he dejado por el camino para llegar hasta aquí no te atreverías si quiera a dirigirme la palabra”. El caso es que al final acabé contando lo que me había pasado a un grupo de personas que se unió al coloquio para paliar la aburrida espera.
¿Adiós Nueva York?
Y por fin llegó la hora de embarcar. Primero entraron las familias con niños, gente en silla de ruedas, personas mayores… y después YO. “Ay amigos yankees, a mí ya no me la volvéis a jugar”. Ya sentadita (obviamente ni ventanilla ni pasillo. No estábamos para eligir porque posiblemente le había quitado el asiento a otro español panoli como yo), cerré los ojos dispuesta a echar un sueñecito de 7h.
El avión comenzó a rodar y de repente frenazo, oscuridad, silencio, maleteros abiertos, bolsas por el suelo… Fueron 30 segundos de calma total y en seguida comenzó el barullo. “¿Qué ha pasado?”, era lo que más se repetía. “En serio, prometo dejar propina en bares y restaurantes siempre, pero sacadme de este país ¡YA!”, imploré para mis adentros. Y entonces, el metomentodo, que estaba unas filas por delante de mí, se giró y me gritó: “¡Tú, tú eres la gafe. Tú!”. Sus palabras aún retumban en mi cabeza. Y venga más miradas clavadas en mi persona y otra vez mi humillación salió de debajo del asiento y se subió a mis rodillas. Yo solo quería desaparecer.
Las simpáticas y sinceras azafatas nos dijeron que había habido un problema con el motor, que no nos preocupásemos. “Venga yaaaa, ¿en serio? Pretendes soltar esa perla y esperar que el pasaje español esté tranquilo y calmado cuando hace solo un mes tuvo lugar el accidente de Spanair en el aeropuerto de Barajas, ¿en serio?”. Qué poca psicología gastan estas azafatas.
Ahora sí, hola Madrid
Estuvimos varias horas dentro del avión e incluso se planteó la posibilidad de hacer noche en Nueva York y volar al día siguiente. “No, no y no. Yo de este avión no me muevo. Nadie sabe lo que yo he pasado para llegar hasta aquí”. Finalmente se arregló el problema y despegamos hacia Madrid. Fueron las 7h más silenciosas que recuerdo y no sé si alguien fue capaz de dormir. Yo por lo menos no pude y mira que es raro en mí.
Por fin llegué a Madrid. Fui derecha a reclamar mi maleta perdida a la compañía aérea. Y cuál fue mi sorpresa cuando vi que allí estaba, esperándome. ¡No me lo podía creer! Había llegado 8h antes que yo: “¡maldita maleta suertuda!”.
Así es como pasé mis últimas horas en EEUU. Ya en Madrid, sana, salva y con mi maleta, puedo decir que les gané la partida a los yankees: Marta 1 – Nueva York 0.
¡Ah! Y me dieron una compensación por el overbooking: un vuelo nacional de ida y vuelta con validez de un año. Muchas gracias señores de la compañía aérea, “le daré uso seguro” (ironía).
Traumas adquiridos en este viaje: cada vez que voy a coger un vuelo, la posibilidad de overbooking y el exceso de equipaje me quitan años de vida.
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15 Comments
Vuelos cancelados: ¿cuáles son mis derechos? - La Mochila de Mamá
23 enero, 2020 at 9:03[…] incómodas (o al menos reduce los daños y molestias). He tenido que pasar por aventuras como un overbooking en Nueva York para aprender, por ejemplo, que mantener la calma te evita despistes como dejarte una chaqueta y […]
Magalí
10 diciembre, 2012 at 18:43jajajaja cómo me he reidoo!! te imaginaba ahí contando tu aventura a algunos españoles y toda hecha una roña, por supuesto!! pero esa es la aventura de viajar 🙂 ¡Un besote hermosa Marta!
Marta Aguilera
10 diciembre, 2012 at 18:48Jajaja, tú lo has dicho: hecha una roña!! Así estaba yo 😛 Un beso guapa
Centímetros
11 junio, 2012 at 21:58Jajajaj. Buenísimo. Te imagino en la situación y me muero de miedo!!!!
Marta Aguilera
11 junio, 2012 at 22:03😉 Qué contenta te vas hoy a la cama eh!
soniacr
28 mayo, 2012 at 21:03Me ha encantado tu relato… Pobrecita vaya locura de vuelta… Pero debo reconocer que me he reído mucho! Yo soy de las que siempre tienen “problemillas”, no será la primera vez que me vuelva sin chaqueta de un viaje o corra como loca para subir a un vuelo que luego resulta que han cancelado… Ahora veo que no soy la única! Me he divertido un ratito! 🙂
Marta Aguilera
28 mayo, 2012 at 21:17Jaja! Esa es la intención del #Anecdotario: sacaros unas risas con mis desdichas 😉 Me gustaría infiltrarme en objetos perdidos de un aeropuerto… que de tesoros encontraría!!! 😛 Un abrazo Sonia!
Gemita
28 mayo, 2012 at 17:26Siempre supe que tú eras la gafe!!!! Jajaja. Es genial. Me encanta. Buena literatura (cómo se nota que el periodismo “también” te corre por las venas…jeje) Un besazo.
Marta Aguilera
28 mayo, 2012 at 21:14Jajajaja!! Sabes que sí 😉 Gracias por leerme!!!
Octavio
25 mayo, 2012 at 19:57Jajajaja, pero que bueno, buenisimo post, jo no se puede tener tanta mala suerte, alomejor ya te has quitado en unas solas horas toda la mala suerte de tu vida, apartir de ahí todo será placenteto para ti!!
Saludos!! Al final la maleta apareció, jejeje
Marta Aguilera
26 mayo, 2012 at 12:09Jaja! Me alegro de que os haya gustado/dvertido. DE eso se trata!! 😛 Sí, espero que con todo lo que me pasó me haya deshecho de mi gafe, jajaja.
Un abrazo!
Gaúcho
23 mayo, 2012 at 21:50Los aeropuertos estadounidenses son lo peor. Recuerdo que se podía fumar en los baños jajajaja
martaguilera
24 mayo, 2012 at 8:31Jajaja!! Tú eres un temerario Gaúcho!! Desafiando a las leyes estadounidenses, eh!! 😉
Nacho
23 mayo, 2012 at 17:32Casi lloro de la risa… Qué penilla da! Pobre! jajaja Congrats a la autora
martaguilera
23 mayo, 2012 at 21:04Jajaja!! Esa es la idea: sacaros unas risas con mis penurias 😉