Lo que más me gusta es ver reír a un niño. Escuchar su risa descontrolada, tronchante, nerviosa. Las sonrisas infantiles son las más puras, las más reales, las más sinceras. Están llenas de vida y verlas, oírlas o provocarlas, me hacen muy muy feliz.
Las sonrisas infantiles más cercanas son las de mis sobrinas. Son las más bonitas del mundo (obvio, qué voy a decir yo) y las que me ayudan a conectar con mi yo más infantil. Con ellas no importa reír a carcajadas y escandalosamente por nada. No importa andar salpicando en la piscina ni tirarte a bomba porque claro, solo busca hacerles reír. Tampoco pasa nada por hacer gestos grandilocuentes ni por tirarte a suelo para que ellas te pillen. Nadie te mira como si estuvieras loca porque claro, está jugando con las niñas. Ay, pero si ellos supieran… Reír y jugar con ellas me ayuda a liberar tensiones y a camuflar esa locura que todos llevamos dentro en forma de juegos infantiles.
Pero hay otras muchas sonrisas que me han llenado de vida a lo largo de mi vida. Hace unos años hice un voluntariado que hice en Madrid con personas con discapacidad. Durante tres meses preparamos una obra de teatro, escribimos historias, bailamos, jugamos, nos pintamos las uñas, nos peinamos… Y jamás faltaba una sonrisa. Te miraban sonriendo y no solo con los labios, también con los ojos y con las manos. Era gente mayor pero sus miradas y sus sonrisas no habían perdido la pureza propia de los primeros años de vida. No habían sido alteradas con el paso de los años. Recuerdo que por momentos sentí mucha envidia porque todos ellos eran terriblemente felices, más de lo que yo sería alguna vez en mi vida.
Sonrisas infantiles por el mundo
Recuerdo ese fin de semana que pasé en El Cairo. Fui con mi madre en un viaje de esos suyos de prospección y a los que suele llevarnos si las fechas cuadran. Cuando nos bajamos del coche en la puerta del hotel, tres niñas descalzas y con las caritas tiznadas de negro vinieron corriendo hacia mí. Me sentí abrumada, triste y me las quería llevar conmigo a las tres. No tenía nada para darles, excepto dos toblerones gigantes de esos que venden en los aeropuertos y en los aviones. Se los di y sonrieron agradecidas. Les acaricié las caritas y me los dieron para que se los abriera. Empezaron a devorarlos mientras me miraban tímidamente por detrás del envoltorio. Las sonreí, les saqué la lengua y se relajaron. Empezaron a reír, a reír muy fuerte casi con histeria. Se fueron acercando más niños y compartieron el chocolate entre risas y juegos. Me di cuenta de lo poco que cuesta hacer feliz a un niño, y sin embargo a los adultos cada vez nos cuesta más sacarnos una sonrisa.
Sonrisas uruguayas
Por último, mis recuerdos me devuelven a mi Montevideo querido. A mi segundo hogar y el lugar que más lecciones de vida me ha dado. Uno de los reportajes que escribí estando allí me llevó hasta Rodolfo Deambrosi, el fundador de la Fundación Don Pedro. Este centro de día cuenta con monitores, aulas de estudio y zona de recreo para niños en edad escolar. Rodolfo me invitó a pasar una mañana con ellos y cuando llegué, había un cartel que me daba la bienvenida. Primer dardazo en el corazón.
Después de enseñarme las instalaciones, Rodolfo me invitó a quedarme para ver unos bailes que habían preparado para mí. Mi corazoncito comenzaba a aletear de contento. Me senté rodeada de niños que no paraban de mirarme, de tocarme la cara y decirme que abriera la boca porque vos no hablás como nosotros. Listo, ¡me enamoré!
Decidieron jugar a los periodistas y me sacaron al escenario para hacerme preguntas de lo más surrealistas como ¿por qué no sos uruguaya?. Y otras bastante profundas como ¿extrañás a tu mamá? Del amor a la ternura en una frase. Me invitaron a jugar con marionetas, y a que les contara historias porque querían escuchar ese acento tan raro que tenía y que seguro que era porque algo tenés en la lengua.
Y así pasé la mañana: jugando, inventando historias, sacándoles la lengua, bailando y riendo, riendo mucho. Riendo como una loca sin miedo al qué dirán. Haciéndoles creer a todos que reía por los niños cuando realmente reía por mí misma.
Recuerda que también puedes seguirme a través de mis redes sociales. ¡Te espero!
22 Comments
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21 julio, 2013 at 10:05[…] Cruzar la puerta, Lillake, Mochilas en viaje, La de ojos abiertos, Los viajes de Danila Sky, La mochila de mamá, Viajando con un casio […]
Andariega
20 julio, 2013 at 5:36Me gustó mucho tu post!, gracias por recordarnos que podemos jugar siempre, aunque no haya chicos cerca!
Juan Manuel
17 julio, 2013 at 20:57Hola!
Vivo rodeado e niños y adolescentes de entre 12 y 19 años por mi trabajo y es lo mejor que me pasa cada día. aunque me hagan renegar como loco, me encanta trabajar con ellos. Sus risas, sus historias, algunas como las nenas del aeropuerto son mágicas para mí. No estoy seguro de si les doy tanto como ellos me dan a mí. Los “pendejos” como me gusta decirles cariñosamente, aunque aquí en Argentina la palabra se usa peyorativamente, guay que si me hacen sonreír y con sus sonrisas!!!!
Marta Aguilera
19 julio, 2013 at 10:33A mí me encantaría trabajar con niños, pero no sé si tengo suficiente aguante!!! Gracias por pasarte Juan Manuel!
Notas desde algún lugar
17 julio, 2013 at 20:06A mí me gustaría tener más niños cerca a veces como excusa para olvidarme de ser tan adulta 😉
Me ha encantado tu experiencia en Montevideo, es que los niños te salen con cada cosa… jeje
Marta Aguilera
19 julio, 2013 at 10:32Mola mucho tener niños cerca porque te hacen ver la vida de otra forma. Con ellos los problemas desaparecen!!
Seba
16 julio, 2013 at 15:11La interacción con niños es un viaje de por sí, no? Sea donde sea, siempre nos transporta, nos enseña.
Saludos!
Marta Aguilera
16 julio, 2013 at 22:11Te enseñan, o más bien recuerdan, que hay otros mundos por explorar más allá de los terrenales 😉
Veo veo: las sonrisas de mis amigos | Un mundo pequeño
16 julio, 2013 at 6:13[…] los otros blogs que participan en la dinámica: La Zapatilla, Titin Round The World, Rio Rio, La Mochila de Mamá, Los Viajes de Nena, Cruzar la Puerta, Aldana Chiodi, Mochilas en viaje , Hey Hey World, Mi […]
Nair Felis Rodriguez
16 julio, 2013 at 5:51Qué Veo Veo emocionante! 🙂
Nunca deberíamos dejar de portarnos como los niños… Lástima que la vida “adulta” no nos lo permite más seguido!
Marta Aguilera
16 julio, 2013 at 22:12Hay que tratar de guardar ratitos para volver a la infancia!!!
Magali Vidoz
15 julio, 2013 at 23:01¡Totalmente de acuerdo Martaaa! Yo no me llevo muy bien con los niños (emmm…. jajajaj) pero es cierto que deberíamos aprender de ellos a ser realmente descontracturados y libres!
Marta Aguilera
16 julio, 2013 at 22:13Jajaja, seguro que los niños te quieren mucho!!! 😉
Sonia - La Zapatilla
15 julio, 2013 at 22:35Las risas de los niños son sin duda las mejores, estar cerca de ellos nos permite regresar temporalmente a esa época, deberíamos permitirnoslo un poco más a menudo. Tu artículo me ha dejado con una sonrisa en la cara Marta! :))
Marta Aguilera
16 julio, 2013 at 22:14No las más contagiosas sin duda!!! 🙂
CintiaHuella
15 julio, 2013 at 21:21Es tan cierto.. Como adultos olvidamos que también podemos Sonreir y Reir a carcajadas!! Y los niños siempre son la mejor excusa para liberar nuestra alegría sin limitaciones… Hermosos recuerdos!
Marta Aguilera
16 julio, 2013 at 22:15El miedo al qué dirán o a que nos tachen de locos nos frena la histeria… Hay que cambiar eso!!!
Veo Veo – Una Sonrisa Elegida | Huellas en Mi
15 julio, 2013 at 20:53[…] y descubrir más sonrisas, no dejes de leer: La Zapatilla , Titin Round The World, Rio Rio , La Mochila de Mamá , Los Viajes de Nena , Cruzar la Puerta , Aldana Chiodi , Mochilas en viaje , Hey Hey World , Un […]