Tallin no me gustó tanto como esperaba. Es lo malo de las expectativas, que te pinchan el globo en cuanto algo no es como imaginabas. Objetivamente, es una ciudad preciosa con un cuidado y acicalado centro histórico que deja con la boca abierta a cualquiera que se deje caer por allí. Sin embargo, para mi gusto, es demasiado perfecta y ese halo medieval que tratan de vender en cada esquina me desagradó bastante. Me pareció mucho más natural Tartu, por ejemplo.
Por este motivo me gusta pasar al menos una noche en los sitios que visito, y con Tallin fue todo un acierto. El ritmo nocturno suele ser más pausado, y en esta ocasión invitaba a perderse entre las empinadas y empedradas callejuelas del casco histórico sin necesidad de bucear entre alborotados e impacientes turistas. Parece que cuando se pone el sol, la capital estonia se quita la máscara y se muestra tal y como es. Presentía que solo así lograría conocer Tallín. Puedes encontrar una gran variedad de opciones de alojamiento en la web de Quehoteles.com.
Tallin a vista de pájaro
Además del paseo nocturno, lo que más me gustó fue disfrutarla desde las alturas. La observamos desde diferentes ángulos y la sensación de estar frente a una de las ciudades más hermosas de Europa es más que evidente.
Iglesia de San Olaf y su leyenda
La primera parada fue la iglesia de San Olaf. Su torre tiene una altura de 124 metros y fue utilizada como punto de vigilancia por la KGB durante la ocupación soviética. Después de subir 258 peldaños, pudimos contemplar una preciosa vista de Toompea y los tejados de la Ciudad Baja de Tallin.
Cuenta la leyenda que en el siglo XII los talineses querían construir la iglesia más alta del mundo con la esperanza de atraer más comerciantes a la ciudad. Pero había una maldición que decía que aquel que terminara la construcción moriría. Por eso, nadie estaba dispuesto a hacer semejante trabajo.
De repente, apareció un desconocido que se comprometió a llevar a cabo la construcción a cambio de una cuantiosa cantidad de dinero que la ciudad no podía pagar. El hombre, piadoso, decidió perdonar la deuda con la condición de que adivinasen su nombre. El pueblo aceptó el trato y cuando la iglesia estaba casi terminada, las autoridades de la ciudad enviaron un espía a su casa para que averiguara el nombre del constructor. Desde la ventana, escuchó a una mujer cantando una canción de cuna que decía: “Duerme, mi bebé, duerme, Olaf llegará pronto a casa, con el oro suficiente para comprar la luna”.
Ya tenían el nombre, así que cuando el constructor estaba colocando la cruz en lo alto de la torre, le gritaron desde abajo. “¡Olaf, la cruz está torcida”. Al oírlo, el constructor, asustado, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Cuenta la leyenda que de su boca salió una rana y una serpiente que denotaban la posesión diabólica del constructor. Este episodio está reflejado en uno de los murales laterales de la iglesia.
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Mirador Patkuli en Toompea
El mirador Patkuli se encuentra en Toompea, la parte alta de la ciudad. En esta zona también se encuentra la Catedral ortodoxa rusa de Alejandro Nevsky. Este ecléctico santuario destaca por sus cúpulas en forma de cebolla.
Desde Patkuli, la vista de Tallin es una maravilla. Casi en el límite del espeso Toompark con el centro de la ciudad, se asoma parte de la muralla desde la que contemplar la capital estonia es una delicia. Un lienzo de cuidados torreones y casitas de cuento que va cambiando de color a medida que pasan las horas del día. Un lugar mágico a partir de las 8 de la tarde donde disfrutar del atardecer de Tallin lejos del bullicio y con algo de perspectiva. Un rincón donde volver a enamorarte sin que nadie te moleste.
Torre del ayuntamiento
En el corazón de Tallin, se encuentra el único ayuntamiento gótico del norte de Europa. Posee una torre de 64 metros con una subida de 115 escalones desde donde hay unas vistas privilegiadas de la plaza más emblemática de la ciudad. Alineados edificios con tejados a dos aguas perfectamente conservados, respaldan las terracitas que afloran por la plaza en cuanto llega el buen tiempo.
Más allá de la ciudad amurallada
El otro lado de la muralla es una ciudad totalmente diferente. Lejos del ambiente medieval y de la perfección que invade el casco antiguo de Tallin, se encuentra una ciudad activa, moderna y con mucho que ofrecer al turista que no está de paso con el crucero de turno.
Un buen ejemplo de ello es Kradiorg, un enorme parque que acoge además el Palacio Presidencial. Alquilar una bici o simplemente pasearlo te hace desconectar del ajetreo que supone pasar un par de horas en el corazón de la ciudad. Un remanso de paz por el que perderse y tumbarse al sol.
En nuestro paseo nos encontramos con el monumento al Russalka. Esta escultura esculpida en bronce es un homenaje al hundimiento del buque de guerra ruso Rusalka, también conocido como “la sirena”, cuando iba camino de Finlandia en 1893. Representa a un ángel sosteniendo una cruz ortodoxa en dirección a donde se produjo en naufragio.
Muy cerquita está la playa de Tallin, que aunque no invita precisamente a zambullirse en el Báltico vimos a varios niños jugando en el agua. El color turbio la hace poco apetecible, pero supongo que tendrá que ver bastante que el puerto donde atracan los cruceros se encuentra muy cerquita.
Finalmente quisimos conocer Rotermann, un barrio cultural repleto de cafés, galerías de arte y tiendas en una antigua zona industrial.
Tallin ha sabido conservar su tradicional encanto, por lo que su amurallado casco antiguo es considerado uno de los más atractivos de Europa. Sus edificios de dos plantas, las casas de los mercaderes, sus patios medievales… todo ello la convierte en una ciudad de cuento. Pero lo mejor es conocerla a partir de la media tarde, cuando los cruceros recogen a sus pasajeros y la ciudad se desinfla poco a poco.
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4 Comments
Marta (depatitasenelmundo)
7 noviembre, 2014 at 10:20A mi me pasa igual, a veces no me gusta tanto una ciudad cuando es demasiado perfecta, me pasó con Dubrovnik, es preciosa pero tan perfecta que le quita un poco de esencia
Marta Aguilera
7 noviembre, 2014 at 13:33Hola Marta! Veo que no coincidimos solo en el nombre, jejeje. Yo también tuve la misma sensación con Dubrovnik 😉
Elena
30 octubre, 2014 at 14:52Llevo queriendo ir a Tallin desde hace mucho tiempo pero tengo miedo de encontrarla, como tú dices, demasiado perfecta y demasiado llena porque eso es lo que me pasó con Praga. Si voy seguiré tu consejo y la veré al anochecer 😉
Marta Aguilera
7 noviembre, 2014 at 13:33Jajaja, sí, Praga también fue un poco así para mí… Pero supe encontrarle el punto 😉 Pero es que a Tallín no pude!!!